sábado, 15 de noviembre de 2008

DOS ARTES. DOS MARAVILLAS

En la taberna era aceptado, según él, y sólo debía interpretar correctamente su papel, es decir, repetir día tras día, sin errores y cuando se lo pedían, "un acontecimiento extraordinario producido por el movimiento de los cuerpos celestes". Lo aceptaban, pues, y aunque de vez en cuando había que convercerlos del pleno acierto de la confianza depositada en él mediante exposiciones más que apasionadas, bien podía sentirse un elemento imprescindible del local del señor Hagelmayer, a pesar de su "facha", diferente de los demás y, por tanto, objeto único, inocente y siempre dispuesto a las bromas groseras de los parroquianos. Sin embargo, aunque este continuo reconocimiento de su pertenencia estimulaba, lógicamente, el ardor de sus palabras, que trastabillaban de tanto entusiasmo, no era capaz, por sí solo, de mantener vivo el fuego; sólo el "tema" podía hacerlo, esa posibilidad continua y, por lo general, realizada de vislumbrar "la grandeza monumental del cosmos" ante una comunidad -fraterna, a su juicio- de cocheros, pintores, panaderos y trabajadores del transporte que se tambaleaban por los efectos del vino y miraban tontamente al vacío. Cuando sonaba la palabra que lo animaba a hablar, se esfumaba a su alrededor el mundo, que de todos modos percibía de manera confusa, y no sabía ni dónde estaba ni con quiénes, como si, tras recibir un único golpe de la varita mágica, se trasladara de repente al espacio de un cuento de hadas; así pues, desparecía ante él todo lo terrenal, pesos, formas y colores se disolvían de pronto en una levedad definitiva, al tiempo que se desvanecía también el propio "Péfeffer", y Valuska tenía la sensación de que esa comunidad fraterna se hallaba ya bajo el cielo libre de Dios y alzaba la vista hacia la "grandeza".
Fragmento del libro "Melancolía de la resistencia" de László Krasznahorkai, traducido por Adan Kovacsics.



Escena de "Las armonías de Werckmeister" de Béla Tarr.

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