sábado, 1 de mayo de 2010

PIEZAS MUSICALES

Yuri K. más conocido como el gigante de los Urales (en referencia a las siete rocas gigantes) estaba convencido de ganar la próxima partida. La noche anterior había repasado sus tácticas, variaciones de las aperturas húngara invertida y Napoleón. Sabía que su ataque era feroz y podía dejar al oponente, un matemático indio, desprotegido y a merced de sus saltarines caballos amparados por unos peones fieles. En su cabeza danzaban las piezas sobre su tablero mental representando el ataque Trampowsky en su variante Abti-India.
Los analistas de su equipo se preocupaban por su crónica melomanía y le aconsejaban repetidamente no mover las piezas de forma tan armónica, pues su oponente podría descubrir los movimientos como notas en una melodía escrita en el pentagrama del tablero.
Pero a Yuri le gustaba mover a sus peones como soldados al ritmo de la marcha Radetzky, hacer saltar sus caballos como las notas de las variaciones Goldberg, desplazar a sus potentes torres al son ensordecedor de los timbales, que ahuyentan incluso a los pájaros de fuego, sin olvidar sus sibilinos alfiles desplazándolos suavemente como dulces notas de una flauta mágica. Todo ello bajo la supervisión de la reina de la noche que defiende a su rey de forma segura y fiel en su castillo enrocado.
Al día siguiente, al final de la partida en la cual había seguido los consejos ahora ya letales de sus analistas, deslumbró que el réquiem que había interpretado magistralmente el joven oponente indio en el tablero hacía más trascendental y bella la muerte de su rey.
En casa agotado por el esfuerzo mental se sentó en su sillón de orejas negro y escuchando el réquiem de Mozart comprendió que la belleza se encuentra escondida en todas partes, como la reciente partida que había perdido. Una derrota musicalmente triste, como un réquiem.

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