Estrasburgo es una ciudad tranquila donde los tranvías, las bicicletas y el andar sobre los adoquines marcan el ritmo pausado y sosegado de los habitantes.
El latido de esta ciudad se puede contemplar en la nueva película de Guerín. Dividida en tres noches, el filme arranca en una pequeña habitación de un albergue donde un joven sentado sobre la cama medita a la espera de inspiración, al rato impulsivamente toma notas con su lápiz sobre el cuaderno. El sonido del lápiz en la hoja marca un ritmo sonoro que enlaza con el tren de sombras proyectadas en la pared blanca de su cuarto. La vida bohemia y contemplativa tiene a un representante que parece sacado de otra época donde el estrés y el agobio eran palabras aún no inventadas o utilizadas. La propuesta del realizador barcelonés es contemplar y dejarse llevar por la carencia de las imágenes, del ritmo cotidiano de la ciudad, de los diálogos de sus habitantes atrapados al vuelo.
La actitud de "voyeur" del protagonista roza los límites de la poesía cuando acunado en la terraza de un tranquilo café observa a unas preciosas chicas francesas -- viva Guerín-- hablando, sonriendo, gesticulando y mirando coquetamente a sus interlocutores que son astutamente ninguneados por el joven "voyeur". Al final se suma un dueto de violinistas a modo de una banda sonora romántica que logra enfatizar el clímax de la escena a lo más alto. La búsqueda de la belleza que el artista intenta plasmar en su cuaderno queda reflejada en una chica. Preso por una belleza que cree conocida la persigue por las tranquilas y bellas calles de la capital alsaciana medio alemana medio francesa. Película visual donde apenas hay diálogos es buena deudora de los filmes silentes y homenajea en el siglo XXI el inicio del cine donde todo el peso recaía en la fuerza de sus imágenes.
Hace relativamente poco fui a ver la espléndida exposición itinerante con el título de Correspondencias Erice/Kiarostami --ahora descansa en París-- en el CCCB de Barcelona. En los días posteriores a la inauguración Alain Bergala moderó un coloquio con ambos directores en una sala del CCCB. Hablaron largo y tendido y con buen sentido de humor en sus réplicas. El punto de vista del CINE de ambos quedó claro que era bastante coincidente. En el arte cinematográfico que ellos esculpen fotograma a fotograma eliminan cada vez más el artificio y se quedan con la esencia, la sencillez de lo que quieren captar. Para ellos, decían ambos, no hay mejor banda sonora que el sonido de la naturaleza o de la ciudad, de la vida en definitiva. Al poco de empezar el coloquio entra en la sala un tipo alto con una gorra bien encasquetada y se pierde discretamente entre el numeroso público. Era José Luis Guerín. Uno de los mejores discípulos de esos maestros del séptimo arte. Guerín demuestra en este último trabajo que está iluminado por la luz de esos dos faros y que su rumbo sigue la estela marcada por ambos autores del cine más puro.
"En la ciudad de Sylvia" es una película sencilla que transmite unas sensaciones muy especiales. Al salir del cine me senté en el banco de una plaza a ver el fluir de la ciudad y a comprobar si en mi cuaderno caía alguna nota. No hubo suerte, las diferencias eran demasiado fuertes.