Desde el Ayuntamiento, mi punto de partida habitual, voy orillando la ría dirección mar Cantábrico hasta el puente Zubi-zuri diseñado por el señor Calatrava. En el suelo del puente se pueden observar el apaño de unas tiras negras anti-deslizantes puestas a causa de las repetidas caídas producidas por un suelo de cristal traslúcido --nocturnamente lumínico-- y sobre todo resbaladizo en los días más lluviosos. El valenciano no tuvo la lucidez de pensar que el Norte no es el Mediterráneo y que llueve con más frecuencia por esos parajes.
Caminando a paso ligero me topo con dos nuevos (mini)rascacielos llamados las torres Izoaki (en el 2004 no estaban), y al poco rato llego al emblemático Guggenheim. Una obra de arte de la arquitectura moderna proyectado por un potente programa informático a las órdenes de Frank Gehry y donde la línea recta brilla por su ausencia.
Maravillado por el espejismo del barco de titanio estancado en la ría decido entrar en el buque.
Dos factores determinan fuertemente mi decisión artística. La ausencia de muchedumbre y las dos (1 y 2) interesantes exposiciones temporales programadas. Dentro, mi percepción del espacio físico cambia. Desde el imponente atrio que actúa a modo de corazón de esta ahora ballena metálica, contemplo el bombeo constante de visitantes como glóbulos sanguíneos desplazándose por las distintas arterías hasta las diferentes cavidades y salas de su enorme cuerpo de mamífero marino.
Cuando salgo maravillado por las exposiciones y por el espacio que las alberga me voy al injustamente poco valorado y desconocido museo de las Bellas Artes casi colindante con el hermano guapo al que todos adoran y fotografían. Entro en la moderna y muy agradable cafetería del museo con unas vistas al bonito parque de Doña Casilda, también conocido por los bilbaínos como el parque de los patos. Tomo el café. El pato feo del cuento ahora me parece más guapo.
Paseo por el parque verde y repleto de hermosos y frondosos árboles que invitan a la lectura. Busco reposo en un banco tranquilo y leo un poco del libro del genial Walser:
"A menudo se sentía atraído por los árboles, que echan raíces en silencio y ocupan el lugar que les asignó quien los plantó"
Al rato de pensar asocio los árboles a las personas que echan raíces en las ciudades y que se plantan en ellas por nacimiento, trabajo o amor.
De regreso y con el alma recargada de arte busco una tienda donde avituallarme. No falta mi palmera de coco (las mejores del mundo). Recobrando las fuerzas por el alimento perentorio la ría traza mi camino de regreso.
Caminando a paso ligero me topo con dos nuevos (mini)rascacielos llamados las torres Izoaki (en el 2004 no estaban), y al poco rato llego al emblemático Guggenheim. Una obra de arte de la arquitectura moderna proyectado por un potente programa informático a las órdenes de Frank Gehry y donde la línea recta brilla por su ausencia.
Maravillado por el espejismo del barco de titanio estancado en la ría decido entrar en el buque.
Dos factores determinan fuertemente mi decisión artística. La ausencia de muchedumbre y las dos (1 y 2) interesantes exposiciones temporales programadas. Dentro, mi percepción del espacio físico cambia. Desde el imponente atrio que actúa a modo de corazón de esta ahora ballena metálica, contemplo el bombeo constante de visitantes como glóbulos sanguíneos desplazándose por las distintas arterías hasta las diferentes cavidades y salas de su enorme cuerpo de mamífero marino.
Cuando salgo maravillado por las exposiciones y por el espacio que las alberga me voy al injustamente poco valorado y desconocido museo de las Bellas Artes casi colindante con el hermano guapo al que todos adoran y fotografían. Entro en la moderna y muy agradable cafetería del museo con unas vistas al bonito parque de Doña Casilda, también conocido por los bilbaínos como el parque de los patos. Tomo el café. El pato feo del cuento ahora me parece más guapo.
Paseo por el parque verde y repleto de hermosos y frondosos árboles que invitan a la lectura. Busco reposo en un banco tranquilo y leo un poco del libro del genial Walser:
"A menudo se sentía atraído por los árboles, que echan raíces en silencio y ocupan el lugar que les asignó quien los plantó"
Al rato de pensar asocio los árboles a las personas que echan raíces en las ciudades y que se plantan en ellas por nacimiento, trabajo o amor.
De regreso y con el alma recargada de arte busco una tienda donde avituallarme. No falta mi palmera de coco (las mejores del mundo). Recobrando las fuerzas por el alimento perentorio la ría traza mi camino de regreso.
6 comentarios:
tienes una forma de describir la ciudad que engancha. ya te dije en la primera parte que no había ido nunca a Bilbao. Sin embargo, había escuchado hablar de la "perla" que es bellas artes. aunque creo que tampoco podría pasar ante el guggenheim sin entrar... en fin, algún día... me quedan tantos sitios por conocer...
Lo que comentas de los puentes es curioso, y la expresión de un problema bien común. El puente que Norman Foster proyectó en Londres no aguantaba el tráfico que en teoría debía soportar. Tuvo que venir luego el ingeniero de turno a arreglarlo.
La verdad es que el post me ha dado ganas de volver a Bilbao. Me haría ilusión visitar el museo de Bellas Artes. Aunque prescindiré de las palmeras de coco...
Realmente el Guggenheim ha eclipsado el museo de las Bellas Artes. Vale mucho la pena la visita al Bellas Artes y también a Bilbao.
SAludos!!
A mí,como a Des o el doctor, también me dan ganas de ir a Bilbao, a leer sus excelentes crónicas.
¡Viste los grabados! Son una maravilla, ¿no? Qué envidia, estando tan cerca y sin casi tiempo para ir a verlos...
Nunca he probado una palmera de coco, ¿Cómo son? ¿las rebozan con coco rallado?
Hola Ekilore!!!
Los grabados son impresionantes, sólo un genio puede llegar a ese grado de perfeccionamiento. Salí mareado de la impresión.
Las palmeras de coco son típicas de Bilbao y están recubiertas por un lado de mantequilla blanca y de coco rallado.Están riquísimas!!!
SAludos!!
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