viernes, 22 de febrero de 2008

LUZ

Por un camino que desciende de la pequeña montaña de los judíos oteo la ciudad soñolienta que empieza a despertar con la luz tenue del día.

Un punto brillante en medio de los amontonadas edificaciones reverbera. Como la estrella de una constelación urbana. Como el abrir de una ventana, un fulgor a modo de saludo. Su visión casual logra que me alegre por un momento.

Hasta que el brillo se apaga lentamente al ritmo ascendente de un poderoso sol que aniquila la débil y titilante estrella urbana.

lunes, 18 de febrero de 2008

COJERA

Caminar con sultura de un lugar a otro es trivial y se hace sin apenas pensar. Este proceso tan cotidiano y necesario se ha convertido en mi caso en algo especial y pausado, casi en un ejercicio de concentración. Mi segunda cojera en menos de un año me ha dado que pensar. El parar y luego continuar me provoca una reflexión y me hace apreciar las cosas de otro modo. De una forma diferente y curiosa. Noto puntos de vista diferentes y es como si la velocidad influyese en el pensamiento. Ver paisajes diferentes y en cambio paseados mil veces.
Siempre me he fijado en el andar de la gente. Provocado igual por mi manía en la puntualidad y el de observar a lo lejos como se acercan. El andar tan característico en algunos casos delataban a las personas mucho antes de su llegada.
En cambio, el andar de la mujer, su movimiento y contoneo puede llegar a extremos totalmente arrebatadores. Me fijo habitualmente en el movimiento de las mujeres al pasear y lo considero una parte importante en la seducción femenina. Por eso la cojera en la mujer siempre me ha provocado desasosiego. Curiosamente, broma del destino, en los diferentes pisos que he habitado, el actual también, ha vivido una coja y siempre en pisos superiores al mío. En mi anterior cojera, la actual es más leve, estuve tumbado en cama durante casi un mes. El mero hecho de estar todo el día tumbado me convertía en un radar que captaba todos los sonidos que llegaban a mis atentas antenas auditivas. Captaba todos los ruidos de mi alrededor. El peor era el de mi vecina tullida con el martilleo de su pierna, dos pisos encima del mío, llegaban con una fuerza abrumadora, su renqueo me provocaba cierto estremecimiento. En el aburrimiento típico del convaleciente cavilava acerca de un lenguaje secreto, parecido al morse, mediante el cual la pierna de la coja se comunicaba con la mía aún medio enferma. Un monólogo que me negaba a descifrar.
Para alegrarme y pasar el angustioso rato leía:

"Dícese en Italia como proverbio común que no conoce la perfecta dulzura de Venus aquel que no se ha acostado con una coja (...) Habría pensado que el movimiento descompuesto de una coja podría aportar algún nuevo placer al ayuntamiento y cierta punta de dulzura a aquellos que lo prueban, mas acabo de enterarme de que incluso la filosofía antigua opinó sobre ello; dice que al no recibir las piernas ni los muslos de las cojas, a causa de su imperfección, el alimento que les es debido, ocurre que las partes genitales, que están encima, están más llenas, más nutridas y vigorosas, o bien que, al impedir este defecto el ejercicio, aquellos que se ven afectados por él disipan menos sus fuerzas y llegan más enteros a los juegos de Venus (...) Pues con solo la autoridad del uso antiguo y público de este dicho, hice creer antaño que había obtenido más placer de una mujer por no estar derecha, y añadí esto al número de sus gracias."

Michel de Montaigne
Ensayos, III, 11 (1595)

sábado, 16 de febrero de 2008

LAS MUJERES QUE NO CONOCEMOS



El nuevo proyecto creativo de Guerín desprende un hálito en cierto modo deudor de films tan magníficos y sugerentes como "La jetée" o el inicio de "La pasajera" de Munk. La técnica de dar a las fotografías movimiento nos marca la frontera entre la fotografía y el cine. El cine no es más que la proyección de 24 fotografías (fotogramas) en un segundo, un movimiento de luz proyectada sobre una pantalla blanca (todas las historias, todas las imágenes son aún posibles). El cine como la música de la luz como definió un poeta.
En esta instalación situada en el CCCB destaca la belleza de las mujeres, algunas de las cuales, están sacadas de su espléndido film "En la ciudad de Sylvia". Imágenes o mejor dicho retratos de bellas mujeres que por desgracia nunca conoceremos. El dominio de la imagen y de la forma como emanan sensaciones a partir de acotaciones de texto y de lentos movimientos alcanzan cotas muy altas con la particular mirada de Guerín. Fotos de mujeres de espaldas, escenas cotidianas al estilo de pintores exepcionales como Vermeer o Hammershoi.
Son como testimonios de una revelación, huellas de una luz que pasó algún momento por delante de una cámara/ojo quedando emulsionadas perennemente en un soporte, ya sea en una tela o en una película fotosensible.

El aura alrededor de un nombre de mujer gravita sobre la ciudad.

El modo de obsevar el paso de la vida a través de imágenes de mujeres resume de forma sencilla el pulso de la ciudad y de sus habitantes.

"La vida quizá es una larga calle por la que pasa cada día una mujer... quizá es ese cigarrillo que se enciende en la pausa entre dos abrazos o esa mirada absorta del transeúnte que se quita el sombrero y saluda:¡"buenos días"! con una sonrisa insignificante". FOROUGH FARROKHZAD

sábado, 9 de febrero de 2008

EL BOSQUE DEL LUTO


Se agradece que a veces llegen con cuentagotas a la gran pantalla buenas y minoritarias películas que frecuentemente hay que recurrir al DVD o a Internet para poderlas degustar visualmente. Un claro ejemplo es la del director ruso Sokurov del cual vergonzosamente sólo han estrenado en nuestro país una película, "El arca rusa" y en cambio su obra maestra "Madre e hijo" hubo que recurrir a la tabla de salvación del DVD para emocionarse y disfrutar de su belleza visual, creo que es una de las películas más bellas que he visto. ¡Qué gozada más inmensa hubiese sido verla en pantalla grande!
Todo esto acude a mi memoria a raíz de la película que he visto recientemente. Antes de Navidad por arte de magia (regalo de los reyes) se estrenó "El bosque del luto" de la directora japonesa Naomi Kawase y se escapó como una escurridiza anguila entre mis manos. Por suerte la he podido rescatar por una red causal de factores familiares y laborales en un remodelado cine de reestreno.
Me acuerdo del año pasado, cuando haciendo cola en la Filmoteca para ver la genial "Les amants réguliers" de Phillip Garrel, como los espectadores iban saliendo de la sesión anterior. Las caras eran todo un poema, resoplidos, cabreo e incluso uno salió con las gafas de sol puestas, vaya siesta se pegó el "cinéfilo". Inmediatamente me llamó la curiosidad saber de la película y del director. Era una joven directora de nombre Naomi Kawase. Conclusión, no fiarse y seguir el instinto, a mí me ha funcionado muy a menudo. Creo que tengo cierta facilidad para descubrir si una película me va a gustar o no antes de verla. Volviendo al tema de esta entrada que no es otro que recomendar y escribir sobre esta hermosa película japonesa. La directora proviene del documental y trabaja con actores no profesionales, con un estilo sobrio y profundo. La película explica como una joven enfermera de un bonito asilo y un anciano con algo de demencia senil comparten la pérdida de un ser querido, el hijo y la esposa respectivamente. El camino que recorreran ambos por el dolor de la ausencia está marcada por sutiles y elegantes metáforas. La soledad y la muerte cercana, el paso inexorable de tiempo, quedan espresadas visualmente por el paso desbordado de un río y por las marcadas palabras del anciano, "El agua nunca regresa a la fuente."
La memoria que con la edad se va perdiendo sería como un río subterráneo que iría del mar a una fuente cada vez más seca.
En resumen, un trabajo con gran pureza en su narración y con un enorme lirismo. Hay una escena donde las palabras del maestro del aforismo E.M Cioran le van como anillo al dedo: "El único sentido de la tierra es absorber las lágrimas de los muertos."

domingo, 3 de febrero de 2008

TENGO MIEDO DE MÍ


No tengo miedo de un peligro. Si entrase un hombre, lo mataría sin que me temblara ni un músculo. No tengo miedo de los fantasmas; no creo en lo sobrenatural. No tengo miedo de los muertos; creo en la aniquilación definitiva de todo ser que desaparece. ¿Entonces?...sí, ¿entonces?... ¡Pues bien! ¡Tengo miedo de mí mismo! Tengo miedo del miedo; miedo de la angustia de la mente que se extravía, miedo de esa horrible sensación que es el terror incomprensible (...)
Tengo miedo de los muros, de los muebles, de los objetos familiares que se animan, para mí, de una especie de vida animal. Tengo miedo sobre todo de la horrible turbación de mi pensamiento, de la razón que se me escapa en un caos, extraviada por una misteriosa angustia invisible.

¿Él?(1883)
Guy de Maupassant