Hace poco he visto fotos de la guerra de Iraq con la inscripción: "Kilroy was here!". Se dice que los primeros que lo vieron fueron las tropas norteamericanas que entraron en Túnez en 1943 durante la II Guerra Mundial; contemplaron atónitos un grafiti con la leyenda "Kilroy was here". En los avances de las tropas por Europa encontraban una y otra vez el grafiti con la leyenda antes mencionada. En Italia, por Francia y finalmente en Alemania aparecía de forma enfermiza. Cuenta un rumor que Hitler creía que era un espía ya que la inscripción también apareció en los refugios alemanes.
A finales de los 40 el diario New York Times informó que el nombre original era James J. Kilroy inspector de barcos y puentes y que ponía su firma en los componentes que había chequeado, los marcaba mientras eran construidos. Por lo tanto se cree que los soldados cuando llegaban a sitios remotos veían componentes de naves como escotillas, destruidos y con la famosa inscripción, lo que provocaba bromas y cierta tranquilidad dentro de la inquietud que produce la guerra.
Asimov se inspiró en este hecho y escribió un breve relato titulado "The Message" datado en 1955 e incluido en el libro de relatos "Earth Is Room Enough".
Yo me quedo con la versión de Asimov.
EL MENSAJE
Bebieron cerveza y se entregaron a sus recuerdos, como hombres que se encuentran tras larga separación. Rememoraron los días expuestos al fuego del enemigo. Evocaron a sargentos y muchachas, ambos con exageración. En retrospectiva, las cosas mortales se convirtieron en humorísticas, y se airearon trivialidades arrumbadas durante diez años.
Incluyendo, claro está, el perenne misterio.
—¿Cómo te lo explicas? —preguntó el primero—. ¿Quién comenzó?
El segundo se encogió de hombros.
—Nadie comenzó. De repente, todo el mundo se encontró haciéndolo, como una enfermedad.Tú también, supongo.
El primero rió entre dientes.
El tercero intervino suavemente:
—Nunca vi nada divertido en eso.Quizás porque tropecé con el primero durante mi bautismo de fuego. En África del Norte.
—¿De verdad? —dijo el segundo.
—La primera noche en las playas de Oran.Trataba de ponerme a cubierto, buscando alguna choza indígena cuando lo vi al resplandor de un fogonazo...
George se sentía delirantemente feliz. Dos años de expedientes y por fin el regreso al pasado. Ahora podría completar su informe sobre la vida social del soldado de infantería de la segunda guerra mundial con algunos detalles auténticos.
Saliendo de la insípida sociedad sin guerras del siglo XXX, se halló inmerso, por un glorioso momento, en el drama tenso y superlativo del bélico siglo XX.
¡África del Norte! El teatro de la primera gran invasión por mar de la guerra. Los físicos temporales habían escudriñado el área para determinar el punto y el momento perfectos.
Señalaron la sombra de un edificio vacío de madera. Ningún humano se aproximaría durante un número conocido de minutos. Ninguna explosión lo afectaría seriamente en aquel tiempo. George no afectaría a la historia por estar presente. Sería el ideal del físico temporal, el «mero observador».
Resultó aún más terrorífico de lo que había imaginado. El perpetuo restallar de la artillería, el desgarrón invisible de los aviones sobre su cabeza. Y luego, las líneas periódicas de las balas trazadoras estallando en el firmamento, y el ocasional fulgor,ígneo y fantasmal, descendiendo en serpentinas curvas.
¡Y él estaba allí! Él, George, tomaba parte en la guerra, parte en una forma de vida intensa, desaparecida para siempre del mundo del siglo XXX, que se había tornado manso y apacible.
Imaginó que veía las sombras de una columna de soldados avanzando, que oía los monosílabos que se murmuraban unos a otros en voz cautelosamente baja. ¡Cómo anhelaba ser en verdad uno de ellos, y no un intruso momentáneo, un «mero observador»!
Cesó en su tarea de tomar notas y contempló su estilográfica, hipnotizado por un instante por su microlinterna. Le asaltó una súbita idea y miró el madero contra el cual apoyaba el hombro. Aquel momento no debía pasar inadvertido para la historia. El hacerlo no la afectaría en nada. Emplearía el antiguo dialecto inglés. Así no habría sospecha alguna.
Lo hizo a toda prisa, y luego espió a un soldado que corría desesperadamente hacia el edificio, escabulléndose de una terrible ráfaga de balas. George se dio cuenta que su tiempo había pasado y, al tomar conciencia de ello, se encontró de nuevo en el siglo XXX.
No importaba. Durante aquellos pocos minutos, había tomado parte en la segunda guerra mundial. Una pequeña parte, pero parte al fin y al cabo. Y otros lo sabrían. Tal vez no supieran que lo sabían, pero quizá alguien se repitiera a sí mismo el mensaje.
Alguien, acaso aquel hombre que corría a refugiarse, lo leería y sabría que, entre los héroes del siglo XX, estuvo también el «mero observador», el hombre del siglo XXX, George Kilroy. ¡Él estuvo allí!
domingo, 30 de marzo de 2008
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2 comentarios:
había oído esta historia, pero no tan bien contada, jejeje. pues me están dando ganas de dejar un mensajito en todos los lugares que visite... quién sabe!
kilroy was here!!!!
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