martes, 17 de julio de 2007

LA ISLA DE LOS MUERTOS

Existen cinco versiones del cuadro de Arnold Böcklin "La isla de los muertos", con pequeñas diferencias. Para mí el representado arriba es el que más me gusta e inquieta a la vez. Desde la primera vez que vi este cuadro me ha estremecido de una sobremanera especial.

La pintura representa de forma simbólica el viaje en barca hacia la paz eterna que tenemos que realizar de manera inexorable todos en algún momento de la vida. El eterno reposo está representado en forma de isla, en la cual detrás de unos muros y debajo de unos cipreses umbríos y tristes yace, supone un servidor, un cementerio lúgubre. Este destino parece a todas luces desdichado y castigador.
La barca está conducida remo en mano, a modo de Caronte, por un esqueleto.
El muerto en un ataúd está velado por un supuesto "fantasma".

El pintor suizo pintó a modo de compensación otro titulado "La isla de los vivos". Este último no guarda la fuerza y el magnetismo del primero.
Otro joven pintor estuvo obsesionado con este cuadro y no paró hasta conseguirlo. Misión que cumplió cuando se coronó como el personaje más poderoso de Europa. El pintor frustrado no consiguió nunca en su juventud hacer un cuadro que emanase el miedo y el final triste que nos espera a todos al final de la vida. A falta de eso, su empeño no disminuyó y convirtió a Europa durante unos años en una isla como la representada en el cuadro, triste y lúgubre. El nombre de este joven pintor frustrado era Hitler.
En la fotografía se ve al funesto Hitler con el cuadro "La isla de los muertos" al fondo, uno de sus cuadros favoritos. El arte y la maldad pueden cogerse de la mano, a mí me inquieta que coincida en algo con ese monstruo de la humanidad.

2 comentarios:

Desesperada dijo...

bueno, hitler era un pésimo pintor, pero sus aires de grandeza le impedían apreciarlo. una pena que fuese este cuadro tan maravilloso uno de sus favoritos, aunque esto sólo certifica que se puede tener buen gusto aunque seas un cabrón.

Feingeschliffen dijo...

Efectivamente, apreciar las bellas artes o tener una elevada cultura no tiene nada que ver con ser buena persona, aunque en general las dos cosas suelan ir unidas. No olvidemos que, por ejemplo, Josef Mengele, llamado "El ángel de la muerte" era doctor en Medicina y Antropología y que Hermann Wilhelm Göring era un gran amante de la pintura y uno de los más entendidos coleccionistas de su tiempo.